jueves, 12 de abril de 2012

LA TORRE DE LA CATEDRAL EN "LA REGENTA"


El catedrático Leopoldo Alas, pese a que "le nacieron" en Zamora, es una representación insuperada del espíritu ovetense, no solo por él, sino porque, gracias a él, los ovetenses son más ovetenses. Éste es un país de extremosidades, y una vez más lo ha demostrado con "LA REGENTA" novela que produjo malestar, y hasta polémicas (el famoso enfrentamiento entre Clarín y el obispo fray Ramón Martínez Vigil, que se resolvió en una respetuosa relación entre ambos), para caer posteriormente en el olvido. Lamentaba Azorín, uno de los pocos que permaneció fiel a Alas cuando nadie se acordaba de él, que en otro país con mayor atención hacia la literatura, Alas sería un escritor más considerado, pero supongo que no contaba con que lo fuera tanto como empezó a serlo a partir de la decada de los sesenta, en que una edición popular de "LA REGENTA" redescubrió, o descubrió por completo, la gran novela decimonónica a los lectores españoles.

La "REGENTA" es ahora algo tan de Oviedo como la torre de la catedral, el Naranco, la Escandalera. Es inconcebible escribir sobre Clarín sin mencionar "LA REGENTA", y sobre la "REGENTA" sin mencionar Oviedo.
Las descripciones de Vetusta en "LA REGENTA" son de sobra conocidas. No podríamos omitir, el famoso arranque de la novela:

("La heroica ciudad dormía la siesta. El viento del sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el Norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, pajas y papeles que se hiban de arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en esquina revolando y persiguiéndose, como mariposas que se buscan y huyen y que el aire envuelve en sus pliegues invisibles. Cual turbas de pilluelos, aquellas migajas de la basura, aquellas sobras de todo se juntaban en un montón, parábanse como dormidas en momentos y brincaban de nuevo sobresaltadas, dispersándose, trepando unas por las paredes hasta los cristales temblorosos de los faroles, otras hasta los carteles de papel mal pegados a las esquinas, y había pluma que llegaba a un tercer piso, y arenilla que se incrustaba para días, o para años en la vidriera de un escaparate, agarrada a un plomo.

Vetusta, la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo, hacia la digestión del cocido y de la olla podrida, y descansaba oyendo entre sueños el monótono y familiar zumbido de la campana del coro, que retumbaba allá en lo alto de la esbelta torre en la santa basílica. La torre de la catedral, poema romántico en piedra, delicado himno, de dulces líneas de belleza muda y perenne, era obra del siglo dieciséis, aunque antes comenzada, de estilo gótico, pero cabe decir, moderado por un instinto de prudencia y armonía que modificaba las vulgares exageraciones de esta arquitectura. La vista no se fatigaba contemplando horas y horas aquel índice de piedra que señalaba al cielo; no era una de esas torres cuya aguja se quiebra de sutil, más flacas que esbeltas, amaneradas, como señoritas cursis que aprietan demasiado el corsé sin perder nada de su espiritual grandeza, y hasta sus segundos corredores, elegante balaustrada, subía como fuerte castillo, lanzándose desde allí en pirámide de ángulo gracioso, inimitable en sus medidas y proporciones. Como haz de músculos y nervios la piedra enroscándose en la piedra trepaba a la altura, haciendo equilibrios de acróbata en el aire; y como prodigio de juegos malabares, en una punta de caliza se mantenía, cual imantada, una bola grande de bronce dorado, y encima otra más pequeña, y sobre ésta una cruz de hierro que acababa en pararrayos.

Cuando en las grandes solemnidades el cabildo mandaba iluminar la torre con faroles de papel y vasos de colores, parecía bien, destacándose en las tinieblas, aquella romántica mole; pero perdía con estas galas la inefable elegancia de su perfil y tomaba los contornos de una enorme botella de champaña. Mejor era contemplarla en clara noche de luna, resaltando en un cielo puro, rodeada de estrellas que parecían su aureola, doblándose en plieges de luz y sombra, fantasma grande que velaba por la ciudad pequeña y negruzca que dormía a sus pies").

Fuente visitada.
Oviedo En Los Libros.
José Ignacio Gracia Noriega

2 comentarios:

  1. Literatura descriptiva de paisajes y paisanajes.
    Me encanta la Regenta !

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  2. Poema romántico en piedra, delicado himno, de dulces líneas de belleza muda y perenne,...
    Una buena descripción de nuestra torre...

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